Piloto Ferrari
Villeneuve y el Ferrari nº 27, unidos por lazos mutuos, la leyenda los ha hecho inseparables e inmortales.
Hace casi 40 años debutaba en Fórmula
1 Gilles Villeneuve, haciéndose casi de facto con un hueco en el
corazón de los aficionados, sobre todo de los Ferraristas.
Villeneuve debutó en F1 en el GP de
Inglaterra de 1977 con un Mclaren del equipo, dirigido entonces, por
Teddy Mayer, a instancias de James Hunt. Un Hunt que había corrido
una carrera como piloto invitado en una fórmula menor, la fórmula
Atlantic, algo que a día de hoy a ningún piloto de F1 se le
ocurriría hacer. Y si se le ocurriera, no le dejarían. El caso es
que Gilles impresionó tanto a Hunt, que este llamó a Teddy Mayer
hablándole maravillas del canadiense.
Su debut no sería gran cosa en cuanto
a resultados, pero algo había cuando el mismísimo mago de la
velocidad, el Comendatore Enzo Ferrari, quedó prendado de él,
fichándolo para sustituir, nada más y nada menos que al actual
campeón del mundo en título, Niki Lauda, que dejaba la Scuderia y
la F1.
Gilles era un talento arrollador que
conectó, sobre todo, con el publico -y con Enzo- que lo adoraba. Su
gran carisma, a diferencia de la de muchos otros, estaba justificada,
y eso le permitió mantener su puesto en Ferrari pese a sus múltiples
salidas de pista y abandonos. Cualquier otro en idéntica situación
hubiera sido puesto de patitas en la calle. Gilles no.
Aunque tuvo un aviso antes de la
carrera de Zolder de 1978 pidiéndole que se calmase.
Como anécdota, Gilles al principio no
era muy bueno en las arrancadas, de modo que Ferrari, en plan auto
escuela, lo plantó en Fiorano a practicar: “rompe todos los
cambios que quieras, pero aprende a arrancar”, todo un detalle de
Ferrari y al alcance de muy pocos equipos. Y habría que preguntarse,
de entre ellos, cuantos estarían dispuestos a ese sacrificio.
Un Ferrari tocado -pero no hundido- y Gilles pilotándolo del único modo que sabía: a fondo. |
El tiempo iba a dar la razón a Enzo y,
aunque sus hazañas a veces se aumentaron, se disimularon sus
fracasos y se le creyó -de eso hablaré luego- en el único gran
error de su carrera, lo cierto es que era un gran piloto, lleno de
arrojo y coraje, más interesado en ganar cada vuelta -como dijo Jody
Scheckter – que en ganar la carrera. Gilles no cedía nunca, y
siempre tiraba aun más cuando la lógica decía que no debía
hacerlo. Esto le reportó triunfos inesperados, como el de Mónaco
1981, luchas épicas, la archiconocida de Dijon 1979 es la más
recordada, y adelantamientos imposibles, como el de Zandvoort 1979 a
Alan Jones por el exterior en la curva de Tarzán. Claro que ese
estilo suyo también le causó muchos accidentes y abandonos
innecesarios, como en Long Beach 1978 liderando, pero eso era lo de
menos. Su estilo gustaba, sobre todo a los tifosi, y a partir de ahí,
se convirtió no sólo en un icono, un mito, una leyenda, sino en el
patrón por el que cortar a todo piloto que, en lo sucesivo, llegase
a la Scuderia. Por eso Mansell era mucho más querido que Prost, a
pesar de que 1990 era el francés el que llevaba la delantera. Pero
Mansell tenía estilo Villeneuve, y eso contaba más que los
resultados.
La foto que me hizo Ferrarista. |
Gilles Villeneuve, pronunciado en
español “Yils Vilenef”, era mí ídolo de cuando empecé a
seguir la F1 allá por el lejano 1981. Pero no por su estilo ni nada
parecido. Me hice Ferrarista tras unos inicios como seguidor de Lotus
en los dos primeros GGPP que vi, Montecarlo y Jarama 1981, y luego de
un breve -un par de días- de gustarme el Williams al verlo muy chulo
con sus ruedas de lluvia, pasé a ser de Ferrari al ser el 126C el
coche que más me gustaba. Y para siempre. De modo que no me hice
Ferrarista por la fama de la Scuderia ni nada por el estilo.
Casualidad de las casualidades, era el coche más bonito y punto.
Pues con Gilles parecido, su nombre me sonaba genial, muy musical, su
casco era -y es- el más bonito de todos los que ha habido en F1 y
donde sea, y como yo por aquel entonces creía que el que portaba el
número más bajo era el jefe de equipo, pues ya está. Nada
racional, ni nada. Lo mismo podría haber sido igualmente fan de
cualquier otro. De haberse consolidado mi opción inicial, me habría
quedado con Lotus y De Angelis.
Para mí, al igual que para todos,
supuso un duro golpe el fallecimiento del canadiense. Estaba en casa
desayunando viendo un álbum de cromos de Figurini Panini de F1. Por
casualidad estaba viendo la página de Ferrari con Villeneuve y
Scheckter, cuando apareció mi padre y me dijo, señalando a
Villeneuve: “este piloto se mató ayer”
Lo que estaba viendo justo cuando me enteré de su fallecimiento. |
En ese momento no reaccioné, ya sabía
que eso formaba parte de las carreras, pero al ver el espeluznante
accidente en el telediario, me derrumbé. Corrí a esconderme debajo
de la cama.
Estuve muchos días pidiendo a mi madre
que el ídolo volviese, no podía ser que el mundo nos hubiese
arrebatado a Villeneuve, el más rápido, el más audaz. Pero lo
cierto es que el duende travieso nos había dejado para siempre.
Villeneuve se hizo un mito para mí, al
igual que para otros tantos, si no lo era ya antes. Y como tantos
otros, solo vi las cosas que me interesaban. Gilles era el mejor y
punto. No llegué a caer en la trampa de Imola 82, pero casi.
Aunque ya escribí un artículo al
respecto de esa carrera, no está de más unos comentarios. Jamás
critiqué, ni odié, como lamentablemente hacen muchos, a Didier
Pironi. Didier me gustaba mucho. Menos que Gilles claro, pero mucho.
Y no podía culparlo. Cosas de las carreras, como dijo Enzo Ferrari
al respecto. Curiosamente muchos otros sí lo hicieron, en lo que fue
el único patinazo de Gilles Villeneuve a lo largo de su carrera en
F1. Y es que Gilles no tenía razón y, aunque la hubiera tenido, no
era para tanto. De cualquier manera, las críticas y enfado de
Gilles, en todo caso, deberían haber ido contra Ferrari. Ya que fue
Ferrari quien sacó el cartel con las órdenes. Órdenes que decían
que era Didier el que tenía que ganar... otra cosa es que Gilles no
estuviera de acuerdo (ver artículo San Marino 82)
Villeneuve y Pironi, triunfo y tragedia. |
Me llama la atención la ambigüedad de
muchos artículos de época que, aunque por lo menos no culpan a
Didier, tampoco dicen lo obvio: a favor de quién eran las órdenes.
La revista Grand Prix International sí lo hizo. Algo es algo.
Al hilo de esto, me llamó la atención
un artículo del gran Javier del Arco, en la revista Solo Auto Actual
en un artículo dedicado al número 27 en la F1, número que mitificó
Villeneuve. Pues en ese artículo estaba la foto con el cartel en la
que Ferrari decía que era Didier el que tenía que ganar, y sin
embargo, el artículo comentaba la “traición” del francés. Le
creí, o le medio creí, o le quise creer. Eso sí, sin coger manía
a Pironi, a pesar de lo evidente que era su error (el del
periodista). Y es que para mí, por entonces -era 1990- Villeneuve
era el mejor, y no quería aceptar que pudiese ser derrotado.
Pero lo fue, y estaría bien que la
gente lo acepte y deje descansar en paz a Pironi, otro piloto
romántico de la F1, otro héroe de la velocidad y el riesgo, que nos
dejó cinco años después en un accidente de Off-Shore, la F1 del
mar. Antes tuvo un accidente parecido al de Gilles en F1, en
Hockenheim, que le privó del título.
Pero no hablemos más de Pironi. Este
es un artículo homenaje a Villeneuve, el gran héroe canadiense de
la F1 y de Ferrari.
Villeneuve no era tan buen piloto como se decía, o como querían hacernos creer, o como nos gustaría que hubiera sido. Sin duda era muy bueno, único en su estilo y muy especial pero, ¿a la altura de Fangio, Clark o Nuvolari? No lo creo. Viendo su palmarés, y lo que hizo en relación a sus compañeros de equipo, sin duda era un grandísimo piloto, pero no tanto como se dice. Y la verdad es que no importa. A mi Gilles Villeneuve me encanta, me emociona ver sus carreras, sus arriesgados adelantamientos, su generosidad y tozudez al volante, empujando cuando nadie más lo haría y contra natura, como en Paul Ricard 1980, con el ineficaz 312T5 saliendo a la recta del Mistral con las cuatro ruedas en la escapatoria de tierra, arriesgándose a un pinchazo.
¿Y qué si no era el mejor? Para
muchos lo era, y les importaba poco el resto. Eso es ser un verdadero
campeón. Y Gilles lo era. Era un campeón de la gente, y como dije
antes, a diferencia de otros, se merecía al 100% ese apoyo.
Nadie imagina a Gilles fuera de
Ferrari. Es más, nadie lo quiere más que los Ferraristas. Claro que
la historia podría haber sido muy distinta, ya que sus relaciones
con la Scuderia y con Enzo, que lo adoraba, se habían deteriorado
mucho tras los sucesos de Imola, y de no limar asperezas su futuro
podría haber estado fuera de Maranello. Un inconcebible.
Algunos han hecho un: “¿y si Gilles
no se hubiera matado en Zolder?” en los que su futuro era, como no
podía ser de otra manera, de rojo. Y lograba el ansiado y merecido
título.
Gilles es, seguramente, el campeón sin
corona más querido dela F1, incluso más querido que la mayoría de
los campeones.
Villeneuve pudo ser campeón en 1982, pero el destino tenía otros planes. |
El 8 de Mayo de 1982 en Zolder nos dejó
Gilles Villeneuve, que había salido a un último y desesperado
intento de mejorar posición. Era octavo y su compañero Pironi
sexto. Había agotado los dos juegos de ruedas de calificación y
salió con una combinación de las que mejor estaban. Algunos se
preguntan si hubiera hecho ese intento desesperado de no estar herido
como lo estaba en su orgullo. Que más da. Lo que realmente importa
fue lo que dijo Eddie Cheever tras el accidente: “en un caso
semejante, creo que me hubiera puesto verde de miedo, pero estoy
persuadido de que cuando Gilles sintió despegar su Ferrari, su
último pensamiento fue de amargura, nada más que de amargura,
porque constataba que había perdido la última oportunidad de
conseguir un tiempo fantástico”.
El recuerdo de Gilles perdura, al igual
que él, inmortal en el tiempo. Como legado suyo está su hijo
Jacques, que logró ser campeón del mundo de fórmula 1, aunque no
con un Ferrari, lo que hubiera redondeado la cosa.
Como anécdota, creo conveniente decir
que cuando su “enemigo” Pironi se mató en 1987, su esposa
esperaba gemelos, a los que llamó Didier y Gilles, en un bonito
recuerdo de los que fueron compañeros y amigos. Seguro que en su
reencuentro en el firmamento de las carreras, hicieron las paces.
Gran artículo, como siempre aprendiendo y emocionando.
ResponderEliminarGran artículo, como siempre aprendiendo y emocionando.
ResponderEliminarGran artículo, como siempre aprendiendo y emocionando.
ResponderEliminarY como siempre mi teléfono triplicando el mismo mensaje, bueno así se lee más veces
ResponderEliminarJeje, sí.
ResponderEliminar