La llama que se apagó 43 años después
Cuando Andreas Nikolaus Lauda, más
conocido como Niki Lauda, tuvo su pavoroso accidente en Nürburgring
el 1 de agosto de 1976, todo indicaba que su vida iba acabar allí.
Pero quiso el destino, entre otros, que volviese de las garras de la
muerte para defender su corona en una “nueva” vida que casi le
duro 43 años.
No pudo mantener su cetro, pero lo
recuperó al año siguiente y, luego de retirarse, volvió para
hacerse con un tercero, siendo el primer piloto de la historia que
volvía de un retiro para proclamarse campeón. Prost fue el segundo,
pero en su caso, su año sabático de 1992 se debió a que no tenía
un volante competitivo y se preparó para volver con la mejor arma de
cara a 1993, el Williams Renault. Lo de Lauda no tuvo nada que ver.
Se marcho harto y volvió cuando le picó de nuevo el gusanillo;
aunque otros dicen que también las finanzas, por eso de su empresa
Lauda Air.
Entre los “otros” que impidieron la
muerte se lo llevase por delante, destaca con luz propia el gran
Arturo Merzario (que merece un artículo más que digno), al
zambullirse literalmente en
las llamas para sacar a Lauda del coche arriesgando su propia vida.
Este accidente
pareció reproducirse -al menos es lo que me pareció a mí- en Imola
13 años después, cuando el Ferrari del también austríaco Gerhard
Berger se estrelló en el Tamburello incendiándose, sólo que
entonces los coches y las medidas de seguridad eran mucho mejores.
Lauda destacaba por
un estilo de conducción cerebral, aparentemente nada apasionado, que
muchas veces no gustaba, pero sin embargo era muy efectivo. Se podría
decir que Lauda, también apodado “el cerebro” o “la
calculadora” y, de manera despectiva, “el conejo”, empezó a
correr así luego de su accidente en el “infierno verde”. Pero no
deja de ser cierto que ya en 1975 dio muestras de su madurez no
aceptando riesgos innecesarios. En Holanda, por ejemplo, pareció
conformarse con el segundo lugar tras Hunt para evitar un choque en
un arriesgado adelantamiento. Quizá aprendió de sus errores de
1974, dónde logró 9 poles y lideró más vueltas que nadie, pero
sin optar al título. Aprendió que la rapidez no lo era todo y el
accidente de 1976 lo único que hizo fue acelerar el proceso, es
decir: tomar menos riesgos.
Porque antes de su
accidente Lauda atesoraba nada más y nada menos que 21 pole position
y luego, en el resto de su carrera, apenas sumó tres más, sin
embargo añadió 13 victorias a su palmarés -entonces tenía 12- y
un par de títulos. Un cambio radical, es decir, que cuando en 1984
se impuso a Prost por medio punto, lo hizo sin lograr pole alguna,
hecho que sólo ha sucedido otra vez en la historia de la F1, en 1967
con Denny Hulme.
Y es que el bueno
de Niki nunca estuvo a gusto con los motores y neumáticos de
calificación. No le gustaba eso de jugársela a una vuelta. Y como
entonces se podía adelantar con mucha más facilidad en carrera y la
pole no importaba ni la mitad que ahora, prefería utilizar los
entrenamientos para preparar el coche de cara a la carrera
sacrificando la calificación.
El estilo de Lauda,
cuyo más fiel seguidor parecía ser Alain Prost, era un estilo con
fecha de caducidad, aunque entonces no lo sabíamos. Cuando Lauda
corría, los coches se rompían y había que cuidarlos, cosa que no
sucede hoy. Cambios semiautomáticos junto a motores gestionados y
protegidos -ambos- por la electrónica, piezas fabricadas con un
control de calidad digno de la NASA, etc... dan lugar a coches
prácticamente indestructibles, que perdonan las brutalidades del
piloto -más bien las impiden-, contentándose estos a gestionar las
ruedas, el consumo y poco más. Eso sí, muy asesorados vía radio
desde boxes. Para que luego digan que antes se podía correr al
máximo todo el tiempo... ¡Ah!, y desde 1984 hasta 1988 también
había límite de gasolina. De modo que también tenían que lidiar
con eso, como ahora, pero sin tantos datos de control.
En resumen, que el
estilo suave de Lauda hoy día no tiene sentido, los tiempos -y con
ellos los coches- han cambiado tanto, que lo hacen innecesario.
El carácter de
Lauda era arisco, sin complejos ni compromisos, lo que hacía que de
vez en cuando se tuviera que tragar sus palabras -no se puede escupir
para arriba, que se suele decir-, aunque otras muchas tuviera toda la
razón siendo, a veces, dañino.
Entre
las primeras -lo de tragarse sus palabras- se encuentran las
declaraciones de cuando abandonó Ferrari y dijo: “veremos donde
está Ferrari dentro de dos años y donde estaré yo”. Y pasados
esos dos años Lauda se retiraba de la F1 por primera vez y Ferrari
era campeona de pilotos y marcas, o cuando dijo: “los coches
actuales los pilota un mono” y se subió al Jaguar de su equipo y
se marcó unos cuantos trompos.
Con Ferrari se
limaron asperezas y él reconoció que la Scuderia actuó como tenía
que actuar como equipo, aunque a él no le gustase y Enzo Ferrari,
por su parte, dijo que si Lauda no se hubiera ido, podría haber
igualado a Fangio.
Dejar a los equipos
plantados y de malas formas fue algo que Niki hizo dos veces, con
Ferrari primero y en Brabham después. Vamos, un habitual.
En su paso por
Brabham se convirtió en el único ganador con un coche equipado con
un “aspirador” para pegarse al suelo. Fue en Suecia 1978 con el
Brabham-Alfa de Gordon Murray, luego prohibido. También obtuvo las,
hasta la fecha, dos últimas victorias de Alfa Romeo como motorista,
la de Suecia antes citada y la de Italia, ambas en 1978, aunque ganó
otra más, el “Grand Prix Dino Ferrari” en Imola de 1979, este
fuera de campeonato.
Conocí a Niki
Lauda -no personalmente claro- en los 80 cuando corría para Mclaren
y no entendía por qué lo alababan tanto si su compañero -que se
apellidaba igual que el ayudante "elemental" de Sherlock Holmes- John Watson, lo
hacía mejor que él. Lo superó en la clasificación del mundial
tanto en 1982 como en 1983 y, aunque los dos hacían excelentes
remontadas, Watson era el “Rey”.
La retirada del
“estúpido de Watson” en 1983, como dijo Lauda -lo dijo sin
malicia, sólo porque lo prefería a él de compañero que a Prost-
privó a “Wattie” de disponer por primera vez en su carrera del
mejor coche y, a cambio, Lauda y Prost tuvieron una encarnizada
lucha. Viendo los precedentes, no sé contra quién le habría ido
mejor, al menos en 1984, donde por cierto, consiguió ganar por fin
en casa, en Austria. 1985 no cuenta, ya que su coche no paraba de
romperse, aunque nadie se lo echaba en cara, a diferencia de con
Mansell y Raikkönen...
Lauda declaró,
años después, que Prost era rapidísimo en calificación, fuera de
su alcance, y que hubiera sido muy interesante ver “al Prost de
1984” frente a Senna, dando a entender que luego Prost, como él
con anterioridad, dejó de lado el arriesgar tanto a una sola vuelta.
Niki Lauda no es el
piloto más afamado, querido, ni el mejor de la F1, pero sí uno de
los más conocidos. El apellido “Lauda” no pasa desapercibido y
es asociado rapidamente al mundo del motor, de la F1, como Bjorn Borj
en el tenis. Yo creo que en ese aspecto sólo lo supera Fittipaldi,
cuyo apellido es inconfundible y, aparte de recordar a un gran piloto
de F1, se usa para nombrar a quienes conducen deprisa -o a lo loco-
en carretera normal, con la expresión: “eres un Fittipaldi”.
Lo que más me
gusta de Niki Lauda es su valentía, y destaco de él como actuó
ante Boeing cuando el 26 de mayo de 1991 se estrelló el 767-300 de
su compañía en Tailandia con un balance de 223 muertos (213
pasajeros y 10 tripulantes). El accidente se produjo porque durante
el vuelo se activó el reversor de los motores, algo que Boeing decía
se debió a un fallo de los pilotos, no del sistema, dadas sus
medidas de seguridad. Lauda les dijo que, si tan seguros estaban, se
subieran con él a otro 767-300 pilotado por él mismo para comprobar
quién tenía razón. No hubo tal vuelo y, en adelante, la compañía
modificó su sistema, dando a entender que era Niki el que tenía
razón.
Como curiosidad, lo del abuelo de Lauda, que aún hoy hay quien publica era Juan Lauda Crespo, de Loña del Monte en Nogueira de Ramuín, Orense, y que su padre era el aviador de combate estadounidense José Lauda Soto. Otros dicen que su bisabuelo era Adolf Lauda y que su abuelo -del que no aportan nombre- era consejero del emperador Franz Joseph I. Y el resto no dice nada. Como sea, muy raro este secretismo, sea cual sea la dirección.
Personalmente se me
hace muy raro que el abuelo de Niki fuera español y que nadie de
aquí haya dicho, ni indagado, nada al respecto, pero también es
verdad que muchas veces las labores de investigación periodística
dejan bastante que desear por un lado, y que hay misterios que no se
quieren destapar, por otro. Quizá algún día me entere de la
verdad, bien sea investigando yo mismo, o porque alguien aporte datos
contrastados. Y eso que lo primero ha sido publicado en varios
diarios españoles -y se sigue haciendo-, pero así todo... como que
no me cuadra. Pero si nadie aporta datos con seriedad, yo seguiré
pensando lo que me plazca. La lógica dice que no pero, ¿y sí...?
Niki Lauda falleció
el pasado lunes 20 de mayo por causas naturales, habiendo dicho su
cuerpo, sencillamente, basta. Había sido operado de trasplante de
pulmón hace apenas un año -años atrás tuvo dos trasplantes de
riñón- y fue ingresado hace poco por una gripe.
Descanse en Paz
No hay comentarios:
Publicar un comentario