Bluff
Cuando me enteré de que se iba a hacer
otra película de F1, al ver un Ferrari 312T en “Dias de Cine”, me
alegré un montón. No esperaba una película mejor que “Grand
Prix” ya que eso no era posible, pero sí una muy buena película
que se le acercase y, en el mejor de los casos, igualase. El que haya
leído mi artículo sobre esta película -Grand Prix- ya sabe a que
me refiero. Y es que “Grand Prix”, la obra maestra de John
Frankenheimer, es insuperable.
Lo sí me esperaba era una película buena
y, si no a su altura, sí al menos con unas buenas imágenes de
carreras. Y si había una buena trama, entonces mejor que mejor. Una
digna sucesora. El caso es que ni lo uno ni lo otro.
Por partes. Hay que diferenciar la
realización de la película en sí.
Ron Howard, el director, tenía a su
favor la evolución de los efectos especiales y demás. En su contra,
el resto. Aún queriendo hacer una película de una F1 actual, de la
temporada en curso -hablamos de 2013- en ningún caso habría podido
hacer como en “Grand Prix” o “Le Mans”, ya saben: rodar
escenas reales durante las carreras, meter cámaras al paddock,
disponer de coches para tomas y algún que otro plano, etc... La
sicosis de la F1 de hoy día no lo permitiría. Eso sin contar el
pastizal de los derechos de imagen y demás, que lo haría inviable.
Pero al tratarse de una película
basada en el año 1976, ese problema no existía. Pero había que
conseguir los coches. Gracias a entusiastas coleccionistas se pudo
disponer de ellos y, como los propietarios ya corrían en el
campeonato de clásicos de F1 -ganado en alguna ocasión por nuestro
compatriota Joaquín Folch-, problema resuelto. Había coches y se
podían pilotar. Sólo hubo que hacer una réplica del BRM.
Así se rodaron escenas con el coche
más espectacular de la historia de la F1: el Tyrrell P-34 de seis
ruedas. Y de otros muchos, aparte del Ferrari y Mclaren de los
protagonistas.
Gracias a las tecnologías modernas se
pusieron cámaras en dónde nunca antes, aprovechando la
miniaturización de las mismas. Se dispuso de un Mitsubishi Lancer
Evolución 8 como coche cámara, que con sus 290CV y 260 km/h de
punta, bastaba y sobraba para las tomas de acción.
Todas las escenas de carreras se
rodaron en el circuito inglés de Blakbushe, a una hora de Londres.
Cambiando gradas, boxes y publicidad del circuito, se recrearon las
diferentes pistas en las que se desarrolló el filme: España, Japón,
Italia, Alemania, etc... y la producción digital hizo el resto.
El rodar con los coches escenas de
carrera podía haber dado más que un que otro quebradero de cabeza,
pero no hubo ningún accidente que lamentar. Lo más destacado fue
que el “Mitsu” quemó el embrague. Minucias.
Los resultados no fueron buenos. Alguna
que otra toma tipo “CSI” y poco más. Pedir que las carreras
pareciesen carreras era lo mínimo, y no se consiguió, notándose a
la legua que iban despacio. Y fue una pena. Si al menos hubiera una
buena trama... pero tampoco la hubo.
Hunt y las "titis", Lauda mira con envidia desde su Ferrari. |
A este respecto, de la trama, bajo mi punto de vista se incurrió en los errores típicos de hoy día en Hollywood, centrándose más en los efectos especiales que en la historia. Bien es cierto que esos efectos eran totalmente necesarios, pero por muy bien que estuvieran -que no lo estaban- por sí solos no hacen una buena película.
El caso es que la trama es bastante
simplona, recurriendo a estereotipos. ¡Y mira que lo tenían fácil
los guionistas! Les bastaba con copiar la historia real del duelo
Lauda-Hunt de 1976.
Niki Lauda y James Hunt se disputaron
el título de 1976, pero su gran rivalidad en pista no se reflejaba
fuera de ella, donde se llevaban muy bien. Tanto, que casi se podría
decir que eran amigos. La historia real tiene de sobra para dar lugar
a un buen filme, sin necesidad de cambiar nada, con anécdotas
divertidísimas. Por ejemplo: Hunt, tras una juerga, salió a unas
pruebas privadas en el Jarama tan cansado que aparcó el coche en el
arcén y...¡se quedó dormido!
También se podría haber indagado más
en el pasado de Lauda, cuyo abuelo es, por lo visto, español,
concretamente de Loña de Monte (Orense)
Como fuere, el hecho de crear una
enemistad entre ellos no está mal. Tampoco, como apuntan unos, era
necesario para la trama -de ambas maneras hubiera sido igual de
interesante-, la cosa estaba en desarrollarla como es debido más que
en cualquier otra cosa. Y no se hizo. Como dije antes, se recurrió a
estereotipos.
Niki Lauda era un perfeccionista
insoportable, un trabajador incansable que no empatizaba con
compañeros, ni con nadie. Faltón e irrespetuoso, se hacía, al
igual que Hunt, odiar.
Hunt era odioso por otros motivos.
Mientras que Lauda era un cerebrín, Hunt era un chulo fiestero
-medio putero y drogata- lleno de talento que, sin apenas aplicarse,
se subía al coche y era un crack.
Vamos, unos chulitos, cada uno en lo
suyo, e insoportables. Ante ese panorama, lo que uno desea es que se
estampen cuanto antes, para que la película acabe. Y es que ninguno
de los dos despierta simpatía alguna.
Se llevó sus actitudes “reales” a
un extremo ridículo. No eran así, eran mucho más humanos. Ni uno
era tan cerebral y desconsiderado, ni el otro era un elemento que
sólo pensaba en que fiesta meterse y con quien acostarse antes de
subirse al monoplaza. Al final prevalecieron los estereotipos de
ambos llevados a un extremo ridículo. Uno es el aplicado y otro el
alocado. En resumen: no se supo llevar la historia.
Chris Hemsworth (James Hunt) y Daniel Brühl (Niki Lauda) |
A la película se le puede perdonar que
Lauda pusiera a punto -en una noche- el BRM, incluso diciendo a sus
mecánicos como y con qué debían construir el motor -como si un
motor se hiciese en un par de horas- pero lo que no se le puede
perdonar es lo estúpido y vacío de sus protagonistas.
Lo mejor de la película -al margen de
los coches- fue la escena del auto-stop de Lauda y, al final, cuando
charlan amigablemente Hunt y Lauda en un hangar y el primero le dice
al segundo: “eres el primer tipo que conozco que está más guapo
después de haberse quemado la cara”, y no sólo porque eso mismo me lo
dijo mi hermana hace casi 30 años al ver una foto de Lauda antes de
su accidente, sino porque en esa pequeña conversación, los dos
parecen, al fin, personas de verdad, los pilotos que realmente
fueron.
Pese a todo es una película
imprescindible para todo aficionado al deporte del automóvil, más
aún si uno es seguidor de la Fórmula 1, y por tanto, es de visión
obligada.
Habrá que esperar -espero que otros 47
años no- para ver una película digna sucesora de “Gran Prix”,
que le vamos a hacer, pero es lo que hay. Incomprensiblemente, mucha
gente habla maravillas de “Rush”. No sé si es porque los
aficionados al motor tienen una autoestima -en el cine- tan baja, que
aceptan cualquier bodrio como bueno.
Los coches, el mejor -y casi único- motivo para ver Rush. En la foto el Ferrari 312T2 de Clay Regazzoni al lado el Tyrrell P34 de Jody Scheckter. |
Lo único por lo que merece la pena ver esta cinta es por ver los coches que, como ya he dicho, no están bien filmados de cara a las carreras. Pero por el resto, genial. ¿Que aficionado a la F1 no quiere ver y oir- un 312T, un M23, un P-34, etc...? Ninguno.
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