miércoles, 16 de noviembre de 2016

Rush

           Bluff







Cuando me enteré de que se iba a hacer otra película de F1, al ver un Ferrari 312T en “Dias de Cine”, me alegré un montón. No esperaba una película mejor que “Grand Prix” ya que eso no era posible, pero sí una muy buena película que se le acercase y, en el mejor de los casos, igualase. El que haya leído mi artículo sobre esta película -Grand Prix- ya sabe a que me refiero. Y es que “Grand Prix”, la obra maestra de John Frankenheimer, es insuperable.
Lo sí me esperaba era una película buena y, si no a su altura, sí al menos con unas buenas imágenes de carreras. Y si había una buena trama, entonces mejor que mejor. Una digna sucesora. El caso es que ni lo uno ni lo otro.
Por partes. Hay que diferenciar la realización de la película en sí.
Ron Howard, el director, tenía a su favor la evolución de los efectos especiales y demás. En su contra, el resto. Aún queriendo hacer una película de una F1 actual, de la temporada en curso -hablamos de 2013- en ningún caso habría podido hacer como en “Grand Prix” o “Le Mans”, ya saben: rodar escenas reales durante las carreras, meter cámaras al paddock, disponer de coches para tomas y algún que otro plano, etc... La sicosis de la F1 de hoy día no lo permitiría. Eso sin contar el pastizal de los derechos de imagen y demás, que lo haría inviable.
Pero al tratarse de una película basada en el año 1976, ese problema no existía. Pero había que conseguir los coches. Gracias a entusiastas coleccionistas se pudo disponer de ellos y, como los propietarios ya corrían en el campeonato de clásicos de F1 -ganado en alguna ocasión por nuestro compatriota Joaquín Folch-, problema resuelto. Había coches y se podían pilotar. Sólo hubo que hacer una réplica del BRM.






Así se rodaron escenas con el coche más espectacular de la historia de la F1: el Tyrrell P-34 de seis ruedas. Y de otros muchos, aparte del Ferrari y Mclaren de los protagonistas.
Gracias a las tecnologías modernas se pusieron cámaras en dónde nunca antes, aprovechando la miniaturización de las mismas. Se dispuso de un Mitsubishi Lancer Evolución 8 como coche cámara, que con sus 290CV y 260 km/h de punta, bastaba y sobraba para las tomas de acción.
Todas las escenas de carreras se rodaron en el circuito inglés de Blakbushe, a una hora de Londres. Cambiando gradas, boxes y publicidad del circuito, se recrearon las diferentes pistas en las que se desarrolló el filme: España, Japón, Italia, Alemania, etc... y la producción digital hizo el resto.
El rodar con los coches escenas de carrera podía haber dado más que un que otro quebradero de cabeza, pero no hubo ningún accidente que lamentar. Lo más destacado fue que el “Mitsu” quemó el embrague. Minucias.
Los resultados no fueron buenos. Alguna que otra toma tipo “CSI” y poco más. Pedir que las carreras pareciesen carreras era lo mínimo, y no se consiguió, notándose a la legua que iban despacio. Y fue una pena. Si al menos hubiera una buena trama... pero tampoco la hubo.



Hunt y las "titis", Lauda mira con envidia desde su Ferrari.



A este respecto, de la trama, bajo mi punto de vista se incurrió en los errores típicos de hoy día en Hollywood, centrándose más en los efectos especiales que en la historia. Bien es cierto que esos efectos eran totalmente necesarios, pero por muy bien que estuvieran -que no lo estaban- por sí solos no hacen una buena película.
El caso es que la trama es bastante simplona, recurriendo a estereotipos. ¡Y mira que lo tenían fácil los guionistas! Les bastaba con copiar la historia real del duelo Lauda-Hunt de 1976.
Niki Lauda y James Hunt se disputaron el título de 1976, pero su gran rivalidad en pista no se reflejaba fuera de ella, donde se llevaban muy bien. Tanto, que casi se podría decir que eran amigos. La historia real tiene de sobra para dar lugar a un buen filme, sin necesidad de cambiar nada, con anécdotas divertidísimas. Por ejemplo: Hunt, tras una juerga, salió a unas pruebas privadas en el Jarama tan cansado que aparcó el coche en el arcén y...¡se quedó dormido!







También se podría haber indagado más en el pasado de Lauda, cuyo abuelo es, por lo visto, español, concretamente de Loña de Monte (Orense)
Como fuere, el hecho de crear una enemistad entre ellos no está mal. Tampoco, como apuntan unos, era necesario para la trama -de ambas maneras hubiera sido igual de interesante-, la cosa estaba en desarrollarla como es debido más que en cualquier otra cosa. Y no se hizo. Como dije antes, se recurrió a estereotipos.
Niki Lauda era un perfeccionista insoportable, un trabajador incansable que no empatizaba con compañeros, ni con nadie. Faltón e irrespetuoso, se hacía, al igual que Hunt, odiar.
Hunt era odioso por otros motivos. Mientras que Lauda era un cerebrín, Hunt era un chulo fiestero -medio putero y drogata- lleno de talento que, sin apenas aplicarse, se subía al coche y era un crack.
Vamos, unos chulitos, cada uno en lo suyo, e insoportables. Ante ese panorama, lo que uno desea es que se estampen cuanto antes, para que la película acabe. Y es que ninguno de los dos despierta simpatía alguna.
Se llevó sus actitudes “reales” a un extremo ridículo. No eran así, eran mucho más humanos. Ni uno era tan cerebral y desconsiderado, ni el otro era un elemento que sólo pensaba en que fiesta meterse y con quien acostarse antes de subirse al monoplaza. Al final prevalecieron los estereotipos de ambos llevados a un extremo ridículo. Uno es el aplicado y otro el alocado. En resumen: no se supo llevar la historia.



Chris Hemsworth (James Hunt) y Daniel Brühl (Niki Lauda)




A la película se le puede perdonar que Lauda pusiera a punto -en una noche- el BRM, incluso diciendo a sus mecánicos como y con qué debían construir el motor -como si un motor se hiciese en un par de horas- pero lo que no se le puede perdonar es lo estúpido y vacío de sus protagonistas.
Lo mejor de la película -al margen de los coches- fue la escena del auto-stop de Lauda y, al final, cuando charlan amigablemente Hunt y Lauda en un hangar y el primero le dice al segundo: “eres el primer tipo que conozco que está más guapo después de haberse quemado la cara”, y no sólo porque eso mismo me lo dijo mi hermana hace casi 30 años al ver una foto de Lauda antes de su accidente, sino porque en esa pequeña conversación, los dos parecen, al fin, personas de verdad, los pilotos que realmente fueron.
Pese a todo es una película imprescindible para todo aficionado al deporte del automóvil, más aún si uno es seguidor de la Fórmula 1, y por tanto, es de visión obligada.
Habrá que esperar -espero que otros 47 años no- para ver una película digna sucesora de “Gran Prix”, que le vamos a hacer, pero es lo que hay. Incomprensiblemente, mucha gente habla maravillas de “Rush”. No sé si es porque los aficionados al motor tienen una autoestima -en el cine- tan baja, que aceptan cualquier bodrio como bueno.



Los coches, el mejor -y casi único- motivo para ver Rush. En la foto el Ferrari 312T2 de Clay Regazzoni al lado el Tyrrell P34 de Jody Scheckter.



Lo único por lo que merece la pena ver esta cinta es por ver los coches que, como ya he dicho, no están bien filmados de cara a las carreras. Pero por el resto, genial. ¿Que aficionado a la F1 no quiere ver y oir- un 312T, un M23, un P-34, etc...? Ninguno.


Mis agradecimientos a David Iván Pérez Gutiérrez por su colaboración. Si tu ayuda, no podría haberlo hecho.



Los verdaderos Hunt y Lauda se llevaban muy bien.

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