Para finalizar el año les dejo una
síntesis de una crónica maravillosa, de esas que da gusto leer y
releer varias veces, cuyo título es “Forzarnoux”. La crónica
está escrita por el gran periodista francés Didier Braillon para la
revista Grand Prix International en su sección: “al borde de la
pista”, y gira en torno a la pole de René Arnoux en San Marino
1983 con el Ferrari 126 C2B.
De aquí en adelante, los dejo en sus
manos. Manos que a través de una Olivetti dieron lugar a estas
hermosas lineas.
Hirsuto hasta el extremo que la parte
superior de su cráneo parecía un puñado de petardos, René Arnoux
acaba justo de quitarse su verdugo. Unos instantes antes, su Ferrari
ha entrado en boxes con el motor calado.
En 1,33”419 el piloto francés acaba
de obtener la pole position para la primera jornada de
entrenamientos.
Los espectadores, esos tifosi al mismo
tiempo insoportables y entrañables, forman una única marea humana;
en bloque se han levantado y en medio de los emblemas con la efigie
del Cavallino Rampante agitados con devoción, un canto surge de
pronto. Con fervor, una coral improvisada canta una vibrante
Marsellesa; la letra no se parece en nada al himno nacional francés
y supone de hecho una amalgama populista y facilona a gloria de los
maravillosos coches rojos y de sus pilotos franceses.
Escondido al fondo de los stands Arnoux
es interrogado por la prensa transalpina. Se le podía creer feliz.
De pronto, se decide: “si no hubiera estado entorpecido por dos
tíos en mi mejor vuelta, hubiera bajado del 1,32”
Esa es pues la espina que le impide
comulgar plenamente con el equipo.
Acostumbrado a realizar las proezas más
increíbles, René ha olvidado decir lo más importante: la pole la
ha conseguido con su segundo juego de neumáticos, cuando estos
estaban ya usados. Un resultado increíble del que el propio
Forghieri le creía incapaz. Cuando Arnoux salió de los stands para
su última tentativa, el neumático trasero izquierdo tenía un
bulto. Mauro había advertido de ello a su piloto con un gesto breve.
Estrechamente atado en su cockpit
sobrecalentado, Arnoux “ojos de canica” no parecía darle la
menor importancia: la manipulación de la presión del turbo bastaba
para persuadirle de que estaba en condiciones de conseguir el
resultado esperado por toda Italia... De hecho, este viernes, el
Ferrari había parecido más ayudado por la fantástica potencia de
su motor que por su motricidad.
Al día siguiente la pista estaba entre
tres y cuatro décimas más rápida. Conjugado a la esperanza de una
vuelta sin estorbos esta mejora de velocidad parecía pronosticar que
se pasará la barrera del 1,33”.
Para René Arnoux no hay ninguna duda
posible: tiene que ser de nuevo el mejor.
Esta vez no son 25.000 sino 65.000
pares de ojos los que vigilan la entrada en la pista de su Ferrari.
“En ningún caso se podrá bajar de
1,32”5” nos había avisado la víspera Eddie Cheever durante la
cena. Opinión sensata puesto que, con su primer tren, René no
conseguía más que mejorar ligeramente su tiempo de la víspera.
Ello no impedía al locutor acalorarse como un energúmeno. A medida
que el tiempo pasa, Tambay, que ha cogido el relevo de René, se hace
superar por Prost, luego por Piquet, ambos copiosamente abucheados
por el público en cada uno de sus pasos. Minuto tras minuto, el
entusiasmo irá decayendo y las banderas de Ferrari parecerán
agitadas con menos vigor. Queda menos de un cuarto de hora cuando
Arnoux sale con su segundo y último juego de neumáticos. Desde el
borde de la pista, se piensa que ha perdido, hasta el punto que el
Ferrari traza “limpio” en contraste con la espectacularidad de la
víspera. Más que eso, cuando se asiste a la auténtica vuelta de
calificación no se está seguro de que se trate realmente de la
próxima.
Unos segundos más tarde, sin embargo,
un clamor gigantesco sumerge el circuito cuyo eco se escucha desde
muy lejos. El locutor, al borde del infarto, acaba de lanzar al
público un 1,31”238. Durante varios minutos, los cantos de alegría
prosiguen y, delante de los stands de Brabham y Renault, los tifosi,
de pie, manifiestan su nacionalismo hacia las dos escuderías.
Comportamiento de una elegancia
tipicamente latina y ligeramente presuntuoso en la medida que Alain
Prost no ha jugado aún su última carta.
Pero como en los cuantos para niños,
el hada buena impedirá al Renault ahogar el delirio existente en el
ambiente mediante el consabido artilugio de algunos monoplazas
interpuestos a lo largo de su paso. La moral estaba a salvo, los
tifosi estaban totalmente felices y el día siguiente prometía unos
embotellamientos aún más gigantescos de lo habitual...
Didier Braillon
© Grand Prix International, Ediciones ochenta, nº 49, 1983
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