viernes, 30 de diciembre de 2016

Forzarnoux

Para finalizar el año les dejo una síntesis de una crónica maravillosa, de esas que da gusto leer y releer varias veces, cuyo título es “Forzarnoux”. La crónica está escrita por el gran periodista francés Didier Braillon para la revista Grand Prix International en su sección: “al borde de la pista”, y gira en torno a la pole de René Arnoux en San Marino 1983 con el Ferrari 126 C2B.
De aquí en adelante, los dejo en sus manos. Manos que a través de una Olivetti dieron lugar a estas hermosas lineas.







Hirsuto hasta el extremo que la parte superior de su cráneo parecía un puñado de petardos, René Arnoux acaba justo de quitarse su verdugo. Unos instantes antes, su Ferrari ha entrado en boxes con el motor calado.
En 1,33”419 el piloto francés acaba de obtener la pole position para la primera jornada de entrenamientos.
Los espectadores, esos tifosi al mismo tiempo insoportables y entrañables, forman una única marea humana; en bloque se han levantado y en medio de los emblemas con la efigie del Cavallino Rampante agitados con devoción, un canto surge de pronto. Con fervor, una coral improvisada canta una vibrante Marsellesa; la letra no se parece en nada al himno nacional francés y supone de hecho una amalgama populista y facilona a gloria de los maravillosos coches rojos y de sus pilotos franceses.
Escondido al fondo de los stands Arnoux es interrogado por la prensa transalpina. Se le podía creer feliz. De pronto, se decide: “si no hubiera estado entorpecido por dos tíos en mi mejor vuelta, hubiera bajado del 1,32”
Esa es pues la espina que le impide comulgar plenamente con el equipo.
Acostumbrado a realizar las proezas más increíbles, René ha olvidado decir lo más importante: la pole la ha conseguido con su segundo juego de neumáticos, cuando estos estaban ya usados. Un resultado increíble del que el propio Forghieri le creía incapaz. Cuando Arnoux salió de los stands para su última tentativa, el neumático trasero izquierdo tenía un bulto. Mauro había advertido de ello a su piloto con un gesto breve.
Estrechamente atado en su cockpit sobrecalentado, Arnoux “ojos de canica” no parecía darle la menor importancia: la manipulación de la presión del turbo bastaba para persuadirle de que estaba en condiciones de conseguir el resultado esperado por toda Italia... De hecho, este viernes, el Ferrari había parecido más ayudado por la fantástica potencia de su motor que por su motricidad.
Al día siguiente la pista estaba entre tres y cuatro décimas más rápida. Conjugado a la esperanza de una vuelta sin estorbos esta mejora de velocidad parecía pronosticar que se pasará la barrera del 1,33”.






Para René Arnoux no hay ninguna duda posible: tiene que ser de nuevo el mejor.
Esta vez no son 25.000 sino 65.000 pares de ojos los que vigilan la entrada en la pista de su Ferrari.
“En ningún caso se podrá bajar de 1,32”5” nos había avisado la víspera Eddie Cheever durante la cena. Opinión sensata puesto que, con su primer tren, René no conseguía más que mejorar ligeramente su tiempo de la víspera. Ello no impedía al locutor acalorarse como un energúmeno. A medida que el tiempo pasa, Tambay, que ha cogido el relevo de René, se hace superar por Prost, luego por Piquet, ambos copiosamente abucheados por el público en cada uno de sus pasos. Minuto tras minuto, el entusiasmo irá decayendo y las banderas de Ferrari parecerán agitadas con menos vigor. Queda menos de un cuarto de hora cuando Arnoux sale con su segundo y último juego de neumáticos. Desde el borde de la pista, se piensa que ha perdido, hasta el punto que el Ferrari traza “limpio” en contraste con la espectacularidad de la víspera. Más que eso, cuando se asiste a la auténtica vuelta de calificación no se está seguro de que se trate realmente de la próxima.
Unos segundos más tarde, sin embargo, un clamor gigantesco sumerge el circuito cuyo eco se escucha desde muy lejos. El locutor, al borde del infarto, acaba de lanzar al público un 1,31”238. Durante varios minutos, los cantos de alegría prosiguen y, delante de los stands de Brabham y Renault, los tifosi, de pie, manifiestan su nacionalismo hacia las dos escuderías.
Comportamiento de una elegancia tipicamente latina y ligeramente presuntuoso en la medida que Alain Prost no ha jugado aún su última carta.
Pero como en los cuantos para niños, el hada buena impedirá al Renault ahogar el delirio existente en el ambiente mediante el consabido artilugio de algunos monoplazas interpuestos a lo largo de su paso. La moral estaba a salvo, los tifosi estaban totalmente felices y el día siguiente prometía unos embotellamientos aún más gigantescos de lo habitual...

Didier Braillon

© Grand Prix International, Ediciones ochenta, nº 49, 1983

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